Visita Inédita a Bergdorf Goodman, la mansión neoyorquina de la moda

Christmas Windows in Bergdorf Goodman

Nueva York es una ciudad global, con millones de turistas que la visitan cada año, buscando contagiarse del glamuroso estilo de vida que representa la ciudad, que ha sido el hogar de grandes íconos de estilo como Audrey Hepburn, Mae Murray y Edie Sedgwick. Siempre a la moda, estas maravillosas mujeres se paseaban por los almacenes de la Quinta Avenida y Madison Avenue, asistían a las más importantes galas de la ciudad y, sin lugar a duda, eran clientes frecuentes de Bergdorf Goodman, ese paraíso ubicado en frente del Central Park, justo al lado del inconfundible Hotel Plaza, en donde se vive y respira lo más lujoso de la moda global.

Para cualquier amante de la moda que visita Nueva York, Bergdorf Goodman es un destino obligado, con una inmensa cantidad de guías turísticas que recomiendan entrar a dar una vuelta y, si queda tiempo, tomar un café, aunque éste cueste su peso en oro. Es, además, el lugar al que la mujer de las películas es llevada para que pueda transformar su estilo, su ser, y se convierta en alguien que está siempre a la moda. Es el lugar que representa lo más alto del lujo del sistema de la moda neoyorquino, como lo hace Galeries Lafayette en París o Harrods en Londres.

Detrás de las siempre encantadoras ventanas, que reflejan el lujo y el extravagante estilo de vida de algunos de los más ávidos compradores del almacén, hay toda una cantidad de prendas de ropa y accesorios, todos cuidadosamente elaborados, creados en los talleres de quienes son considerados los diseñadores más destacados del mundo. Cada piso, motivado por un aspecto diferente de la moda—zapatos, casual, fiesta…—muestra una increíble colección de productos que, me pregunto cada vez que los veo, ¿quién los compra?

En mi más reciente visita me encontré, en el piso de zapatos, con una maravillosa señora, la típica neoyorquina que uno puede esperar encontrarse paseando por las desoladas calles del West Village en una mañana de lunes, o almorzando con sus amigas en el restaurante de patronos del Museo Metropolitano. Ella, probablemente en sus sesenta, adornada con un maravilloso sombrero rojo y negro con grandes plumas, y acompañada de una más joven asesora de imagen, se encuentra rodeada de cajas de zapatos abiertas, y captura toda la atención del vendedor que la atiende. Hay, por ahí, un grupo de jóvenes asiáticas, llenas de bolsas, que son reflejo del gran incremento del poder adquisitivo en su región, y un par de altísimas mujeres rubias, hablando una lengua extranjera, que parecen estar discutiendo cuáles zapatos llevar. Estos parecen ser los tipos más clásicos de compradores de Bergdorf: la mujer de la alta sociedad neoyorquina, las mujeres extranjeras provenientes de familias adineradas, y las turistas que buscan llevarse un recuerdo de su viaje en forma de consumo de lujo.

 

De una forma mágica y misteriosa, los vendedores parecen reconocer a aquellos que tienen potencial de ser comprador o no. Muy educados, dan la bienvenida a las personas y las saludan, pero no se atreven a ofrecer ayuda o dar detalles de los productos y, mucho menos, de sus precios. Solamente cuando ven a alguien realmente involucrado con un producto ofrecen ayuda y, en la mayoría de los casos, es el consumidor el que tiene que buscar a alguien para pedirla. No es sino hasta que ven la promesa de la venta cumplida, con una pequeña mirada, de reojo, a la tarjeta de crédito con que se va a pagar el producto, que el vendedor finalmente confía en el comprador, aunque, eso sí, una pequeña compra no hace al consumidor ni un experto en moda ni un cliente querido por el vendedor.

Estas distinciones entre el cliente querido y frecuente, el consumidor de una vez, y el que sólo se limita a mirar, son lo que hacen a Bergdorf Goodman tan representativo del estado del mundo de la moda actual. A pesar de la democratización que se ha ido dando en la moda, con una cada vez más grande cantidad de personas que tienen la oportunidad de vestirse siguiendo las más recientes tendencias y dar de qué hablar en las calles, la moda sigue siendo un sistema jerárquico, del que sólo unos pocos se pueden beneficiar por completo. El auge de blogueros de moda refleja esta dinámica: vemos cómo personas normales empiezan a vestirse y atraer al público general con su punto de vista de la moda; pero su creciente popularidad atrae a marcas de lujo que los contratan para todo tipo de “colaboraciones,” los llevan a la semana de la moda, y los convierte, a fin de cuentas, en fashion insiders. Las muestras más democráticas de la moda son absorbidas por el mismo sistema que, como lo anunció el sociólogo Thorstein Veblen hace ya más de un siglo, es la más fiel muestra del sistema capitalista y tiene el inmenso poder de mantenerse vigente en una estructura jerárquica en la que sólo los que se encuentran en el poder triunfan plenamente.

En el caso de Bergdorf Goodman, vemos al cliente frecuente—que no son sólo las mujeres de la alta sociedad neoyorquina o las que provienen de las familias más adineradas del mundo, sino también las editoras de las más importantes revistas de moda, la realeza, los verdaderos fashion insiders que muestran y viven el gran lujo—que mantiene una casa como Bergdorf Goodman viva a pesar de la participación masiva que tiene la moda rápida en el mercado. El cliente de una vez es aquella persona que, con algún esfuerzo, logra comprar algunos de los productos en Bergdorf Goodman. Es esa persona que elige comprarse una “buena” cartera o unos “buenos” zapatos para una ocasión informal o como una especie de inversión a futuro. Esta persona, como bien lo sabe Bergdorf Goodman, es alguien que puede tener el potencial de volver y que, sin duda, de alguna forma contribuye al negocio, pero que no está ni cerca de ser un fashion insider, un personaje del mundo de la moda. Este tipo de comprador es el que imita, el que sigue a los grandes ídolos de la industria, queriendo comprar la última cartera it que ve en las revistas. Este tipo de comprador, a pesar de su compra, no se separa de los que se limitan a sólo ver, que son la más fiel representación de un mundo de la moda anti-democrático, aquel que describió Simmel a inicios del siglo pasado, en donde son las clases altas las que definen un estilo y los demás las imitan.

Aunque hoy hablamos de una moda democrática, la verdad es que, bajo cierto punto de vista, la teoría de Simmel, que muchos consideran anticuada en estos días, sigue siendo válida. O si no, ¿por qué nos complace tanto ese mirar de la alta moda, cuando la realidad es que son pocos los que se pueden vestir de Valentino o Chanel de pies a cabeza? ¿Por qué sigue siendo válida la propuesta del lujo de Vogue y Harper’s Bazaar, que logran vender miles de ejemplares que promueven la compra de productos que sólo unos pocos se pueden permitir? ¿Por qué vemos en el fast fashion, la cúspide de lo que se considera democracia en la moda, nada distinto a una cruda imitación de los diseños de las casas de alta moda?

Aunque más personas tengan acceso a la moda, esto no significa que la democracia, entendida, como en las ciencias sociales, como el fenómeno en que el poder está en la mayoría, en los normales, sea la característica principal de la moda. Y esto no es, tampoco, que las jerarquías existentes en la moda se hayan terminado, o vayan a hacerlo pronto. Y estas jerarquías, este poder de los conocedores de la moda y el lujo, y el deseo de conocer de las masas, son lo que representa, para mí, Bergdorf Goodman.

Fotografía: Laura Beltrán-Rubio

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