A propósito del Día Internacional de los Museos, que se celebra hoy alrededor del mundo, quise escribir una corta reflexión sobre uno de mis temas favoritos: la moda en los museos. Y es que, en las últimas décadas, la presencia de la moda —y las exposiciones dedicadas a ella— en los museos ha aumentado grandiosamente.
La presencia de la moda —vista tal cual como moda y no como un concepto más antropológico de traje o vestuario— en los museos ha sido un fenómeno reciente, desarrollado hacia finales del siglo XX, tal vez con contadas excepciones. Pero la presencia de prendas de vestir y accesorios en los museos inició mucho antes.
Un primer periodo de auge del coleccionismo del vestuario en los museos se dio años antes de la Segunda Guerra Mundial, en la década de 1930, y hasta terminada la del 50. En ese momento, se comenzaron a integrar trajes y accesorios en las colecciones de algunos museos, con criterios de selección basados, principalmente, en la calidad de las telas o la representación de una técnica de producción específica. Los trajes coleccionados eran normalmente de algún periodo de la época pre-industrial, con especial interés en los siglos XVII, XVIII y XIX. Las colecciones de indumentaria de este momento se enfocaban en el estilo, el corte y el material de las prendas, más que en los significados socioculturales que en ellas se podían haber inscrito.
Un segundo periodo de auge de la moda en los museos se dio en las décadas de 1960 y 70, cuando el tema de la moda ganó muchísimo interés. Por esta época estaban Cecil Beaton trabajando con el Museo de Victoria y Alberto en Londres, inaugurando su primera exposición como curador en 1971, y Diana Vreeland en el naciente Instituto del Traje del Museo Metropolitano de Nueva York (1872–89). Con el liderazgo de estos nuevos curadores de moda, se dio un cambio de énfasis que favorecía la idea del “sueño de la moda”, creado a través de lujosas prendas de alta costura y el estilo artístico del diseño de modas vanguardista, por encima de los aspectos tangibles del traje.
Y finalmente, se llegó al tercer periodo: la fase contemporánea de la moda en los museos, en donde la afinidad entre los dos se ha exponencializado. El interés de los museos por la moda se centra en la creación de exhibiciones que sean amigables con los visitantes —especialmente aquellos que no se sienten tan cómodos visitando un museo, como los adolescentes— y que, más que cualquier otra cosa, llamen la atención. Y a través del show que significa una exhibición de moda, los museos alcanzar nuevas audiencias (especialmente las jóvenes), incrementar sus ingresos y convertirse en temas de tendencia global.
Pero hay problemas.
Primero, con el auge de la moda en los museos, se corre el peligro de caer en la superficialidad y en la extrema comercialización del museo —que, al menos idealmente, debería ser un lugar para aprender y educar—. Además, con el carácter inherentemente visual de la moda expuesta en las galerías del museo, se puede dejar de lado el significado histórico, social, cultural y material de las prendas. Y finalmente, la moda en los museos se puede convertir en un mecanismo más para las grandes casas de moda de ejercer su labor comercial y buscar vender, por encima de la importancia cultural de su propia creación.
Pero el peligro más grande es que la presencia de la moda en los museos se convierta en un mero artefacto de mercadeo, utilizado más para llamar la atención del público internacional, que para reflexionar sobre la importancia de la moda en la historia social, económica y cultural.
Y estos problemas los debemos tener siempre presentes todos aquellos que estamos interesados en la curaduría de moda. Debemos recordar que, además de ser una maravilla visual, las exposiciones de moda nos pueden revelar muchísimo sobre nuestra historia y nuestras sociedades. Porque, como asegura Peter McNeil:
Los estudios de moda están ubicados idealmente para capitalizar en el enorme interés que tienen los medios populares en el vestido, el estilo de vida y la moda, la mayor parte de los cuales están guiados exclusivamente por el mercadeo y son poco reflexivos. Los estudios de moda son la oportunidad para influir en la vida intelectual pública.
¿Por qué no lo hacemos, aprovechando la moda de la moda en los museos?
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