Pocas cosas me hacen tan feliz como tener el mar cerca: su sonido, su olor, el millar de tonalidades de su color. Curioso porque hasta hace una década lo detestaba por el pánico que me daba pensar en todas las criaturas que habitan los océanos de nuestra tierra. Pero la vida en Nueva York y la nostalgia por una infancia pasada en Cartagena que fue más que interrumpida (vivida solamente en vacaciones) me enseñaron a amarlo.

Se imaginarán mi felicidad cuando resultó este viaje fugaz a Málaga. Debo confesar que me costó incluso pararme a tomar estas fotos de lo embrujada que estaba en este balcón, simplemente existiendo, viendo al mar, oyéndolo y respirándolo. Pero cuando finalmente tuve la energía para las fotos, me di cuenta de que, sin darme cuenta, estaba channeling mi mejor aire de Jackie O., con gafas grandes y pañoleta (aunque la mía va en el cuello y no cubriéndome la cabeza).

En otras noticias, este enterizo ya va a cumplir unos 4 años conmigo y todavía no lo supero. Es una de esas compras maravillosas, que me recuerda el propósito de haber adoptad prácticas de consumo moda más “conscientes”. Ojalá todas mis compras fueran tan “usables” y atemporales como él. Y ni hablar de los zapatos, que también son mis fieles compañeros, verano tras verano, desde hace ya unos años.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *