La creatividad y la experiencia humana

Creatividad. He tenido problemas con ella recientemente. No porque la haya perdido—¿cómo pierde uno algo que lleva tan metido en el alma?—sino porque he estado tratando de mejorar mi relación con ella. Y esto ha resultado ser muchísimo más difícil de lo que imaginaba.

Créanlo o no, el hecho de que no sea diseñadora—sí, se puede estudiar moda y no estar ni cerca de diseñar—no significa que no necesite creatividad en mi vida. En cierta forma, creo que todos la necesitamos y la manifestamos, de alguna forma, en lo que sea que hagamos. En mi caso particular, la necesito porque estoy en la academia. Más allá de enseñar o ser una “experta en mi tema” (lo que quiera que eso signifique), estar en la academia significa ser capaz de absorber una enorme cantidad de ideas y formar las mías propias a partir de la información con que alimento mi cerebro. Y esto requiere una inmensa creatividad. Y hacerlo bien es todo un arte.

A medida que trato de escribir mi tesis, de dar lo mejor de mí en los trabajos de mis clases, y al mismo tiempo intento disfrutar cada momento sin pensar demasiado en el futuro—que puede incluir aplicaciones a trabajos y doctorados, además de la tenebrosa responsabilidad de convertirme en una persona real en algún momento—me he dado cuenta que lo que más me cuesta es encontrar un balance creativo. Me cuesta encontrar un punto medio entre crear porque debo y crear porque quiero. Y me cuesta encontrar el balance entre las diferentes formas de crear con las que me he encontrado en la vida.

Sé que yo misma escogí hacer esta maestría y que el proceso de creación que digo me toca hacer es, en cierto sentido, una elección. Pero es muchísimo más limitado y menos opcional que el tipo de creación que experimento, por ejemplo, en este blog. Y en términos de la forma de mi creatividad, me he estado enfocando demasiado en leer y escribir, pero me hacen falta otras formas de creación, empezando por la fotografía y el dibujo. Pero, aunque a veces tenga el tiempo de hacerlas, he notado que prefiero evitarlas conscientemente y, en vez, concentrarme en formas de creatividad menos físicas, que dejen que mi mente se ocupe de todo el proceso sin tener que moverme—como ver películas, arte, o escuchar música.

Me he culpado varias veces por ser perezosa y no querer salir a tomar fotos, o cocinar algo delicioso, o sentarme a dibujar. Pero me he dado quenta que esto no quiere decir que haya dejado de lado la creatividad. Con el tiempo, he entendido que la creatividad y la creación de todo—desde piezas de arte hasta objetos como tal—puede pasar completamente dentro de la imaginación, sin tener que convertirse en un proceso físico del cuerpo. Y lo agradezco infinitamente.

Pero sigo luchando por encontrar un balance. Llegar a él significaría poder expresar mi creatividad en parte a través de mi cuerpo y en parte a través de mi mente. Esto, además, incluiría la posibilidad de explorar distintos outlets de expresión, en relación con lo que mi cuerpo y mi mente necesitan en determinados momentos.

Ésta última parte, creo, es lo más importante en la creatividad, a pesar de que hayamos llegado al consenso social de ignorarlo casi por completo. La creatividad no es para los demás; no es producir un algo que los otros puedan ver o sentir o disfrutar. La creatividad es algo que debemos hacer para nosotros mismos, para iluminar nuestro propio camino hacia la felicidad, la experiencia humana y, en general, la vida.

Uno de mis compañeros de clase habló ayer sobre como ninguno de los diseñadores de moda de hoy son verdaderos artistas, precisamente porque no pueden comprometerse completamente con su proceso personal de creatividad. Para la mayoría de estos diseñadores, la creatividad se ha convertido en un proceso que requiere, como fin principal, un producto que sea aceptado por la industria y por el público; requiere algo—normalmente una prenda de ropa o un concepto—que le guste a los demás, algo que los demás quieran. Y aunque yo no asumiría que todos los diseñadores piensan igual, creo que esta forma de creatividad sí es la que se espera de ellos. Y por eso es que la moda ha perdido su genialidad.

Pero hay algunos que están tratando rescatar la moda de la oscuridad; que tratan de revivir la moda como el proceso colectivo que es, como el conjunto de conexiones humanas que se dan a partir del vestir y la experiencia del cuerpo; que están reviviendo el proceso verdadero de creatividad, en donde la experiencia humana, nuestras emociones y sentimientos, así como nuestras necesidades físicas naturales, se juntan en una sola experiencia de lo que es la moda. Y aquí, creo, es donde se encuentra el futuro de la moda. No en poder producir ropa en cantidades masivas, ni en la habilidad de ser la “chica it,” ni en la aceleración incesante del flujo de tendencias. Pero sí en la experiencia de la creatividad como un proceso verdadero de conocimiento propio, de transformación en mejores seres humanos, de desaceleración para poder, realmente, vivir.

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